Personal

Una Experiencia Educativa en la Sierra de la Macarena

Para mis hijos, Antonio y Mariana: quizá esta historia les ayude a comprender mejor a su padre, a veces mentalmente ausente y un poco extraño.1

Este informe fue pensado originalmente como un trabajo para la Universidad de los Andes. Cuando empecé a escribir el relato sobre mí experiencia en la Sierra, sentí la necesidad de escribir más bien algo para mí; y en esto radica su valor. Hubiera querido escribirlo todo, sobre todas las personas que conocí, sobre el pueblo, los viajes por el río, los caminos por la selva, los animales, etc. Espero que algún día el tiempo lo permita. Sin duda lo que aquí se cuenta no es un ejemplo para seguir ni las experiencias que otros puedan tener. Solamente se llama la atención sobre ciertos aspectos de la vida que los seres humanos hemos olvidado.

A mediados del año 1991 le propuse al Departamento de Biología de la Universidad de los Andes, viajar a la Sierra de la Macarena a trabajar como profesor de la escuela rural en la vereda El Tapir. De esta forma se iniciaba un proyecto de servicio social que tenía planeado este departamento en la zona y a la vez, se ponía en marcha el proyecto de educación del Programa Opción Colombia. Como primera experiencia para estos proyectos, los objetivos eran principalmente ir, conocer la situación de las escuelas rurales y procurar abrir un espacio para que después otros estudiantes continuaran con la labor.2

Sin saber propiamente a qué lugar de la sierra viajaría y en medio de todas mis dudas y temores sobre el trabajo que iba a realizar; cerré los ojos y sin pensarlo mucho partí para la sierra a mediados de agosto de 1991, junto con dos compañeras de la universidad que iban a estudiar primates a un campamento japonés (un convenio del departamento de biología con unos investigadores japoneses) sobre las orillas del río Duda.

Con un morral, una hamaca y algunos libros, me decidí irme a aventurar, pues en ese momento eso era para mí, y con la única y triste alternativa de que, si las cosas no funcionaban, entonces me podía devolver. Salimos para Villavicencio en donde cogimos una avioneta al pueblo de la Macarena a una hora de vuelo.

En el pueblo fuimos recibidos por Henry Lozano, el guía y motorista de los japoneses en la zona. Henry era una persona muy joven y especial quien sería mí primer punto de apoyo. Una semana más tarde Henry me llevaría a la escuela donde trabajaría, a la vez me presentaría a muchos de sus amigos. Dos días después mis compañeras partieron para el campamento japonés y yo hacia la vereda Altamira a dos horas del pueblo caminando. Como todas las veredas que conocí, está era una gran extensión de tierra donde había muy pocas casas, separadas entre sí por varios kilómetros. La escuela de está vereda quedaba en la sabana a donde los niños caminaban diariamente entre media y una hora y media.


Alberto Henao, Henry y uno de los investigadores japoneses.

La idea era que yo permaneciera en esta escuela por una semana, conociendo el programa Escuela Nueva que tenía el gobierno para las escuelas rurales. A pesar del buen recibimiento que me dieron la comunidad y los profesores de esta escuela: Jaime y Johana, mí estadía resultó casi insoportable; pues una vez conocidos los aspectos fundamentales del programa Escuela Nueva me encontraba con mucho tiempo libre y en la obligación de soportar una misión religiosa que por esos días visitaba la vereda. A la cabeza de la “Misión de la Resurrección” estaba el párroco del pueblo que, en un espacio de cinco días, convirtió a decenas de campesinos en la religión católica. Bautizos, confirmaciones, misas y prolongados discursos moralistas y simplistas fueron las actividades de esta escuela durante mí estadía. Habiéndome negado a participar en esto, pasaba los días enteros leyendo y caminando por la sabana. Me sentía angustiado por no ser complaciente con las ceremonias religiosas, pero yo no estaba de acuerdo, y mucho menos que, con estos humildes campesinos, a diferencia de otras partes de la Sierra los habitantes de esta región eran verdaderos campesinos, no se les diera otra alternativa.

En un momento dado pensé que cuando llegara al pueblo debería de regresarme. Me sentía muy sólo y con temor de que las cosas continuaran así. Cuando regresé al pueblo el fin de semana, el alcalde Xavier Noreña, un caleño, me dijo que me enviarían a la escuela de la vereda “El Tapir” a unas cinco horas en motor río arriba del Guayabero.

Imagen de la Escuela (internado) de la vereda El Tapir. La casa de la izquierda era la cocina y en la parte superior dormían los niños y la persona que cocinaba para todos. La casa de la derecha es la escuela. En el cuarto de atrás dormía hasta que llego la profesora. Después dormí en mí hamaca colgada de un par de vigas de la escuela. La bandera no estaba al comienzo. Fue izada después de los bombardeos como un mecanismo de protección.

Con Henry y sus amigos pasamos un agradable fin de semana en el pueblo. Tomamos cerveza, jugamos tejo, billar y en general comencé a conocer la vida del pueblo. Este es casi como un refugio; durante la semana parece casi desolado, a pesar de lo pequeño que es, y en los fines de semana es invadido por colonos, campesinos, madereros y comerciantes que se reúnen a tomar cerveza y a currambiar (curramba era el nombre que le daban a la zona de tolerancia). Como en una ocasión me dijo Alberto Henao director del Parque Natural y quién me ayudó mucho: “La Macarena es tierra de derrotados”. Por triste que parezca, esto tenía bastante de verdad. En la Sierra no hay indígenas, pues los Tiniguas y Guayaberos que habitaban sobre las orillas del río Guayabero fueron desterrados y mucho asesinados cuando empezó el proceso de colonización en los años cincuenta como consecuencia de “La violencia”.

Con Alberto Henao

La gran mayoría de los colonos (personas que conocen la ciudad y que por alguna circunstancia se han tenido que ir a la selva a buscar cómo sobrevivir), madereros, y exguerrilleros, buscan protección en la zona, como —; un trabajador de una de las fincas de la vereda quien alguna vez me contó de su experiencia en las FARC y quien buscaba protección de la guerrilla. En general, en la zona se encontraban muchas personas que por problema económicos habían decidido irse a buscar alguna de forma de vivir en la región.

Tal era el caso de la profesora de la escuela donde yo iría a trabajar (inicialmente a colaborarle). Una persona citadina, débil, con tres hijos, un esposo alcohólico, en la miseria y llena de conflictos personales que la hacían muy insegura. Siendo de Armenia donde termino hasta la secundaria, se dedicaba a vender ropa de casa en casa. Un día decidió irse con su familia para la Macarena a buscar otra forma de vivir. Dada la falta de profesores rurales ella decidió a ser una.

— otro colono que conocí había tenido problemas con la justicia por tráfico de drogas en Bogotá. Decidió irse para la Macarena con su esposa de Boyacá en donde compraron una tierrita a orillas del Guayabero.

 Como estás, son muchas las historias de las personas que viven en esta región; alguna situación trágica los ha obligado a “buscar el monte” como el mismo — me decía. Estas circunstancias siempre me hicieron pensar que estaba conviviendo con personas que habían sentido la vida con una intensidad única. Injustamente la Sierra ha sido víctima de un proceso de colonización; en busca de fortuna, de las bonanzas de la coca y la marihuana, de un pedazo de tierra donde asentarse y cultivar y, en ocasiones, de la felicidad y la libertad.

Muy lejos del pueblo a orillas del río Duda, en medio de la selva; conocí al “loco“ Omar. Omar vivía en un rancho donde escasamente cabía. Con unos cuantos cerdos que debía cuidar de los tigres3, unas gallinas y sus alrededores llenos de árboles frutales, Omar había convivido 20 años, solo en la selva entretenido con algunos libros que leía con avidez. Me habló de Sábato, el último autor que estaba leyendo, de Gorbachov, de ecología, de la sierra; locuras o no, Omar hablaba con absoluta transparencia, lleno de vida y de cosas que decir. A diferencia de todos los demás colonos (con contadas excepciones) él jamás había derribado un árbol para venderlo a los madereros.

En medio de nuestra conversación, apenas podía comprender su situación; pero también me hacía pensar que era posible que, como Omar me decía con cierto dolor: “yo me vine a buscar mí felicidad”.

Pasado el fin de semana partí con Henry rumbo a la escuela El Tapir, a unas 6 horas en motor río arriba del Guayabero (esto dependida de si había o no paso por el Raudal), muy cerca de la desembocadura del río Duda. Inicialmente yo pensé que iría a colaborarle a la profesora de la escuela, pero por esos días se había enfermado y se había ido al pueblo. Tenía ganas de renunciar, por está y por otras razones.

Subiendo el río, ya cerca de la escuela, pasamos por las casas de algunas familias que tenían niños en la escuela, avisándoles que había llegado un nuevo profesor y que había reunión al día siguiente. Esa noche dormí en la casa de Don Adriano, la casa más cercana a la escuela junto con la casa de Doña Cecilia que quedaba a unos veinte minutos caminando por el bosque. Al día siguiente nos reunimos con algunos padres de familia de la vereda a quienes les expliqué la razón por la cual yo estaba ahí. A Henry no lo volvería a ver sino un mes más tarde porque tuvo muchos problemas por esos días.

El día que Henry me dejó donde Don Adriano, sentí miedo; finalizada la reunió me quede solo en la escuela en compañía de algunos niños que dormirían ahí, y junto a la joven que nos haría de comer a todos. Todos ellos dormirían en un pequeño rancho donde quedaba la cocina (los niños en el zarzo) y yo me instale por lo menos por el primer mes, en un pequeño cuarto que había en la parte de atrás de la escuelita.

Me encontraba de espaldas a la entrada del cuarto, que no tenía puerta, arreglando las cosas que traía en el morral. Cuando di la vuelta quedé frío del susto. Me estaban viendo dos “muchachos” al lado de la puerta, de vestido camuflado y bien armados. Salí lo más tranquilamente que pude a saludarlos y conversamos por unos minutos. Tuve que explicarles todo, pero fueron bastante accesibles, aunque muy serios. Una vez me manifestaron no tener nada en contra mío, y por el contrario estar muy de acuerdo en que yo colaborara con la educación de los niños, se marcharon, diciéndome que no me preocupara.

La escuela era algo increíble. Unos palos con techo de zinc, el piso era de tierra, tenía unos pupitres de madera y un tablerito. Estábamos sobre las orillas del río y con la Sierra justo al frente. Al otro día empezarían las clases. No teníamos libros para seguir ni tampoco sabía que les iba a dictar. Como algunos niños (unos ocho) se quedaban a dormir, en las mañanas nos levantábamos muy temprano y nos íbamos a bañar con totuma a un caño que quedaba en el bosque, a unos diez minutos, a veces en compañía de algunos micos que se acercaban un poco a la escuela.

El primer día de clases leí un poco de lo que los niños tenían en sus cuadernos y traté de organizarme. Había niños de primero de primaria, que no sabían leer ni escribir, niños de segundo, tercero y una joven de quinto que tenía un bebe y quería terminar su primaria para que la nombraran promotora de salud en la región. Antes había estado en unos cursos de salud en la guerrilla. A todos los niños había que enseñarles al tiempo, mientras a unos les enseñaba a leer, a otros les ponía planas, sumas, restas, etc. Les enseñaba de lo que yo supiera: el descubrimiento de América, la importancia de los árboles, un poco de ortografía y comprensión de lectura, a veces a dibujar y también les daba clases de geografía con la ayuda de un mapa de Colombia. Con el tiempo conseguí algunos libros prestados de un padre y cuando bajé al pueblo recibí las cartillas de Escuela Nueva. Aun cuando no las utilizamos como el programa decía, si eran una buena guía de lo que había que enseñar. Empezábamos a las ocho después de que desayunábamos (sopa de pasta, plátano y a veces chocolate en agua o agua de panela) y de que llegaban los otros niños. A las diez y media hacíamos un recreo en el que jugábamos algunas veces juntos y las clases terminaban a la una.

Por las tardes a veces salía en compañía de algunos niños; a pescar, a la casa de algún colono que quedara cerca, a media o una hora de camino por las trochas o a comer frutas a la finca de Doña Cecilia que estaba llena de Guayabos. Cuando no salíamos a pasear, me quedaba leyendo en la hamaca. A veces tocaba que hacer algo por el internado; como ir a traer la leña para cocinar, deshierbar o sacar las vacas que se metían a medianoche. En las mañanas recogíamos la basura y barríamos la Escuela, además encontré un buen trabajo para las tardes: abrí un modesto hueco para la basura.

Los fines de semana, la mayoría de los niños eran recogidos por sus padres para llevarlos a sus casas (donde comían mucho mejor), unos en potrillo y otros a caballo por las trochas. Generalmente yo me iba para algunas de las casas de los colonos a pasar el fin de semana. Con Jairo y algunos amigos salimos a cazar una vez. La caza de los colonos era una necesidad para comer carne. Mataban Zainos, Lapas y a veces una Danta que daba carne seca para muchos días. Los padres a veces llevaban carne o pescado a la escuela para que nosotros también comiéramos. Como no había energía eléctrica en la escuela, los alimentos como la carne y el pescado se preservaban poniéndoles mucha sal y secándolos encima del horno de leña. Sin embargo, a veces faltaba comida. En la noche comíamos lo del desayuno y en el peor de los casos Bienestarina; una colada que donaba el centro de salud del pueblo para los niños desnutridos. Se suponía que todos los padres contribuían con la comida del internado, pero siempre hubo problemas.


En la casa de alguno de los padres de familia. Reconozco algunos hijos de Don Gerardo.

Después de un mes de estar en la Escuela decidí bajar al pueblo para llamar a mí casa. No existía transporte propiamente por el río. Cuando se oía bajar un motor uno hacia señas desde la orilla, a veces lo recogían; sobre todo madereros que bajaban con sus balsas cargadas. Ellos lo dejaban a uno en el Raudal donde el río se metía por entre un cajón haciéndose el paso a veces peligroso. Allá tocaba esperar transporte por el río para el pueblo. El viaje al pueblo podía durar un par de días o un día si se contaba con suerte. La gente era muy amable y casi nunca me cobraron. Cuando el Raudal no daba paso, se caminaba unos cuarenta minutos hasta las bocas. Cuando no había transporte; era normal, uno guindaba su hamaca en alguna casa y esperaba hasta el otro día. Siempre había que andar con la hamaca. Viajar por ese río era algo alucinante.

Con niños y padres se familia en un encuentro en la escuela.

En la primera bajada al pueblo conseguí algunas cosas para la escuela; como libros, colores, y cuadernos para los cual después me dio dinero la Corporación. En el pueblo hice algunos amigos (Alberto, Henry, Johana) que me prestaron dinero para comprar estas cosas y para comer. También supe que la profesora de la escuela, —, había subido a la escuela para volver a enseñar, algo que me hacía muy feliz porque sin duda el trabajo sería un poco menos duro y sobre todo con los niños más pequeños. Finalizado este fin de semana subí de nuevo a la escuela con algunas noticias del alcalde para la gente de la vereda.

Con la profesora de la escuela

En noviembre se iba a realizar un foro nacional para el manejo especial de la Sierra y la idea era que algún colono de la vereda fuera a representarlo en las reuniones preliminares que habría en el pueblo.  En parte, debido a la falta de tiempo de los colonos para bajar al pueblo; Jairo quien era el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda, me pidió el favor de que fuera y los representara con una lista de peticiones que ellos habían elaborado para que se incluyera en el proyecto de la región. Regrese al pueblo el siguiente fin de semana a una de las reuniones, pero la habían cancelado porque había un partido de football entre equipos del pueblo. Lo único que pude hacer fue entregarle la lista de peticiones al alcalde de la Macarena.

Parece ser que el foro fue puro cuento. A pesar de que sí realizó en los primeros días de noviembre en Villavicencio, la región del Guayabero no estuvo bien representada, como los mismos colonos decían. En representación de ellos fueron algunas personas con algún poder político como — quien tenía una finca grande cerca de la Macarena y de quien los colonos tenían muchas quejas.

Jairo Rojas con su esposa, su hijita y una hermana en la casa de ellos.

En esta bajada al pueblo logre convencer a Alberto Henao para que me acompañara a la escuela y me diera su opinión sobre lo que yo pensaba que se debía hacer en la escuela desde el punto de vista ecológico y del bienestar de los niños. El aprovecharía para hablar con la guerrilla sobre su intención de parar con los aserríos y el comercio de madera. A juzgar por los boletines que, en víspera de las elecciones al consejo repartía la guerrilla, estos hacían recomendaciones razonables sobre el aprovechamiento adecuado de los recursos de la zona.

 Por estos días se llevaban a cabo los diálogos de paz en Caracas y acababan de atentar contra el Senador Jorge Aurelio Iragorri Hormaza. De estas noticias supe en una conversación con un guerrillero en el Raudal donde frecuentemente iban a dialogar con la gente. Esa misma noche me dijo que, él pensaba que las cosas se iban a poner difíciles; que ellos esperaban una represión fuerte.

Al día siguiente Alberto y yo salimos para la escuela, pero le pedimos a Henry que nos dejara un poco más abajo donde yo conocía una trocha por donde caminar hacia la escuela. Después de una hora de camino, cuando ya se estaba oscureciendo en el bosque comenzamos a oír un helicóptero del ejército que rondaba la zona. Alberto había estado unos meses atrás en medio de un operativo militar arriba en las bocas del Duda, del cual se había salvado de milagro, a pesar de no tener nada que ver con ese enfrentamiento.

Que un helicóptero del ejército lo viera a uno en medio de una trocha por el monte era bastante peligroso y nos escondimos debajo de un árbol. Unos minutos más tarde empezaron a sobrevolar los aviones del ejército, arrojando bombas que, aunque las oíamos no muy lejos y sin saber a qué margen del río; sí hacían temblar la tierra. Fueron veinte minutos angustiantes tirados en el piso esperando a que se terminara el bombardeo. Cuando llegamos a la escuela, todos estaban llorando y gritando del desespero. La profesora se había encerrado a rezar, y casi no podía hablar del susto. Los niños habían presenciado todo el bombardeo al otro lado del río, pero las bombas habían caído tan cerca que algunas ramas y hojas cayeron encima del techo de la escuela. Esa noche la profesora de la escuela y la cocinera dijeron que no trabajarían más, y se fueron a dormir a la casa de Don Adriano con algunos niños.

El suceso fue registrado en el libro de Claudia Leal, amiga mía y quien sería la tercera persona quien visitaría la escuela como profesora.4

Y recuerda bien [Don Adriano] el ultimo bombardeo, el más feroz, que duro dos días:

“El profesor Alvaro se había ido para donde Bonilla a hacerle la visita,
andaba con Henao [director de lnderena]. Eran por ahí como las
cuatro de la tarde. Acababa yo de venir del trabajo cuando un helic6ptero
que subía y volvía y bajaba y volvía y subía … eso duro coma
una hora. Cuando hizo una bajada otra vez de pa’bajo y oímos nosotros
una rumbazón que parecía el fin del mundo: venían aviones y
más helicópteros. Uno creía que iban a pasar, y no, cuando miramos
fue que comenzaron a remolinear uno detrás de otro y se fueron bajando
y bajando. Y nosotros parados ahí en el patio con unos niños
de la escuela que estábamos asistiendo y con otros que habían venido,
esto estaba lleno de niños y todo el mundo asustado, hasta la
profesora … y el profesor venia por la trocha, le pasaban bajito y el
se tiraba al suelo, llegó con las rodillas y los codos pelados. Cuando
él oía que los aviones se alejaban se paraba y corra, hasta que Ilegó
todo asustado ese señor, y Henao, pues también. Estaba yo parado
ahí poniéndoles cuidado cuando dio una vuelta un mirage y se vino,
pero bajitico ese animal, yo dije: se va a llevar la casa por delante.
Mire que soltó una cosa aquí derecho de la casa y se vino dando
vueltas la cosita, no era muy larga y tenía una cuerdita, yo nunca
había vista una vaina de esas. Cuando el avi6n ya iba lejos, la vimos
que se enderezo, pero esa vaina chillaba … Donde cayó era monte,
coma a unos 50 metros del río y levantó una llamarada de candela
más alta que La Macarena. Y siguen … ¡ahí si se descargan! Dan otra
vez la vuelta y botan otra ahí en el río, eso se formó una humareda
muy bestia, coma 500 metros, se volvió humo el agua y sonaron
cosas aquí contra esos palos. o estaba recostado contra ese estantillo
y el golpe me saco a la asequía, eso traquió la casa. Ahí si nos estaba
dando susto, dijimos: nos van a acabar. Fueron coma cinco bombas.
Cuando ya comenzó a oscurecerse, entonces se fueron.
La profesora se vino pa ‘ca con todos los niños y la guisa, allá no
quedaron sino Henao y el profesor. Como a las 7 de la noche se me
ocurrió decirle a Agustina que madrugara a hacer tinto para alcanzar
a tomar antes de que llegaran los aviones. La profesora dijo: Don
Adriano, no diga eso. Estaba parado en el patio a las 6 de la mañana
tomándome el tinto y llegaron, y todo nubado, nubado, estaba la
nube bajitica. Duraron coma una hora dando vueltas, y nosotros
–claro- con miedo. Entonces echó a alejar la nube, echó a aclarar;
cuando ya miraron, entonces se estallan contra esa Serranía, pero es
que eso no era sino bajar, bomba y metralla contra esa Serranía. Una
cosa es contar y otra haber vivido eso. Descargaron ejército, pero en
el filo, de ahí pa ‘ca quedó la base. Y allá en allá cabaña botaron también,
pero no duro sino unos 15 a 20 días. Y también donde Alba.
Después de eso aquí no ha parado el ejército.”
Leal, C. 1995. Pagina 98.

Al día siguiente no se dio clase y desde las siete a las nueve de la mañana vimos cómo el ejercito ametrallaba y bombardeaba las faldas de la Sierra. Muy cerca de las fincas de Don Gerardo y Jairo, quienes pudieron recoger algunas esquirlas en los alrededores de sus casas.

Un día, Don Gerardo me enseño su cultivo de coca; un par de hectáreas que él alquilaba y que apenas producían para vivir. Como casi todos los colonos de la sierra estos en algún momento habían cultivado coca o marihuana, pero ya la bonanza había pasado y solo quedan unos cuantos cultivos pequeños en las márgenes del Guayabero.

En esa misma ocasión Don Gerardo, padre de tres niños increíbles; Maryodys, Wilson y Edwin que estudiaban en la escuela; me llevó a conocer los huecos que habían dejado las bombas.

Finca de Don Adriano. Al fondo la Sierra de la Macarena.

Hijos de Don Gerardo.
Huecos de una bomba, cerca de la casa de Don Gerardo.

Como consecuencia de la situación de orden público de la zona, nos regresamos a Bogotá por orden de la Universidad. Nicole y Aida; mis compañeras de la Universidad que estaban en el campamento y yo.

Se suponía que algún profesor iría a visitar la región para ver si autorizaba nuestro regreso. Nuestra estadía en Bogotá había sido un error. De la selva a la ciudad, a hablar en público y otra vez a la universidad.  Para mí fue muy duro; creo que los dos primeros días apenas salí de mí casa. Pasaron quince días y ningún profesor de la universidad viajaba a la Macarena. Ante nuestra insistencia y necesidad de regresarnos, la Universidad no se quiso hacer responsable y viajamos por nuestra propia cuenta. Con algún dinero de la corporación para algunas compras para la escuela y para mí transporte, salí otra vez con Nicole y Aida para la Sierra.

Esta vez la llegada fue aún más difícil. Permanecí unos días en el pueblo, en el Inderena donde me daban hospedaje gratis o donde Jorge Balbuena, dueño de las residencias Tinigua, quien fue una persona muy especial conmigo. En varias oportunidades me dio hospedaje gratis y algo de comer. En estos días me reuní con el alcalde para explicarle en qué consistía el programa Opción Colombia y para ver si él tenía algún interés. De esta reunión salió una petición formal de la alcaldía para que algunos estudiantes fueran a trabajar al municipio, como profesores, ingenieros, odontólogos, etc.

Mientras esperaba la reunión con el alcalde, fui a conocer Caño Cristales en donde dormí en mí hamaca debajo de un puente de piedra. Un río alucinante, de todos los colores, debido a ciertas algas.

Finalmente, una semana más tarde de llegar de Bogotá regresé a la escuela. A mí juicio mí presencia en la escuela ya no era necesaria porque la profesora había decidido seguir trabajando. Además, yo no soportaba que me comentaran problemas y chismes todo el día. Ya no tenía tiempo libre para leer o hacer el hueco de la basura, y esto me aburría mucho. La profesora era muy querida, pero me costaba trabajo compartir lo que en un momento era el espacio que yo quería y había creado.

Llegue justo el domingo en que se reunía la vereda en la escuela para discutir sus problemas, que no hacían falta. Tenían muchos problemas entre sí. A veces se decían a gritos que uno era un ladrón o que el ganado de alguno se había pasado un lindero, etc. Siempre con la presencia del algún informante de la guerrilla. En la reunión se encontraba José María Polanco, un colono del Duda que me invitó a su casa y me prometió que me llevaría al campamento japonés para que por primera vez visitara a Nicole y Aida.

Jose Maria Polanco en su casa a orillas del Duda.
Familia de Jose Maria.

La primera noche dormí donde Don Gerardo y al día siguiente José María me recogió con su esposa en un pequeño potrillo. Subimos por el Guayabero y después por el Duda hasta su casa. Pasamos un día increíble, conversando con sus hijos, comiendo mandarinas y viendo algunas fotos que tenía. Al día siguiente salimos en un potrillo con uno de sus hijos rumbo al campamento. Fueron ocho horas en remo, río arriba del Duda.

Nunca me había sentido tan cansado, claro que yo solo remaba lo que podía, pero José María nunca paraba, lenta y alegremente (conversando) nos conducía de orilla en orilla hasta que llegamos. Solo paramos una vez para que él se comiera algo y donde Omar para que yo lo conociera. Por primera vez sentí lo que era la vida de un hombre en estos ríos.

Me quedé cuatro días en el campamento; conversando con Nicole y Aida, conociendo los micos que ellas estudiaban y un día fuimos a pescar pirañas con Henry y Cacha a una laguna que quedaba cerca. Yo me sentía todo un colono y no me cuidaba mucho. Como resultado, me dio una infección en los tobillos, seguramente por la picadura de algún zancudo. Nicole me regalo unas pastillas de Ambramícina con las cuales aguanté hasta que llegué al pueblo una semana más tarde.5

Aida izquierda y Nicole derecha.
La vida en el campamento japonés.
Nicole con los micos.
Pescando pirañas. Aun los malos pescadores como yo sacábamos decenas en media hora.
El rio duda desde un mirador en el campamento japonés.

La última semana estuve un poco enfermo de la infección en los pies y desesperado en la escuela por las mismas razones de antes y porque la profesora ya no estaba dictando clase (el programa de las escuelas rurales era hasta la tercera semana de noviembre); solamente se estaban enseñando algunos bailes y presentaciones para el día de la clausura y yo me encontraba un poco desocupado. Además, permanecía gran parte del día en la hamaca porque los pies me dolían un poco.6

Finalmente llegó el día de la clausura, que más que cualquier cosa simbolizaba el primer año de está escuelita. Tristemente me despedí de toda la comunidad y bajé al pueblo. A pesar de que tenía muchas ganas de quedarme otros días conociendo la sierra, no tenía plata y estaba un poco enfermo. Decidí entonces regresarme a Bogotá a donde llegué a finales de noviembre.

Sentí una alegría muy grande cuando 25 años después de haber estado en la Sierra, recibí esta carta que encontró mi amiga Claudia Leal entre los archivos del Profesor Caturro:

Valió la pena!

  1. Este texto es prácticamente el mismo que entregué como informe del programa Opción Colombia, mayo de 1992. Se han hecho pocas ediciones, correcciones ortográficas y gramaticales y se han reorganizado e incluido varias fotos y notas aclaratorias en el texto. Algunas fotos del informe original no las encontré, incluí aquellas que conservo. El programa Opción Colombia (https://www.uniandes.edu.co/es/noticias/comunidad/opcion-colombia) es una de las iniciativas más valiosos que he conocido, cuyo principal propósito era acercar a la universidad a los problemas y comunidades necesitadas del país. Una especie de servicio social que sin duda sirvió para transformar muchas vidas, la mía incluida. En el año 2002 la Corporación Opción Colombia fue reconocida por la Fundación Alejandro Angel Escobar con el premio Solidaridad 2002. Véase también https://www.uniandes.edu.co/es/noticias/comunidad/opcion-colombia. ↩︎
  2. El gran inspirador y promotor de esta idea en la región fue el profesor del departamento de biología Carlos Arturo Mejia, más conocido como Caturo. Mis más sinceros agradecimientos por su motivación y apoyo en este proyecto. ↩︎
  3. Quizás me refería al “Tigre pinta menudita”. ↩︎
  4. Leal, C. 1995. A la Buena de Dios Colonización en la Macarena, Ríos Duda y Guayabero. Fescol. ↩︎
  5. La historia del campamento japones a orilla del rio Duda es una historia muy interesante de la cual se puede aprender en este documental de Pablo Mejía Trujillo y Claudia Leal: A Orillas del Duda (https://www.youtube.com/watch?v=I7WcQmocB50) . ↩︎
  6. El diagnóstico fue Leishmaniasis cutánea conocida como mal de la selva. ↩︎

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